Una vez escuché a una cantante de tango y a un escritor coincidir en la misma idea: “Es necesario haber sufrido para ser mejor artista”.
Ciertamente no coincido con la apreciación si la tomamos con literalidad, porque pienso que la equivaldríamos a que vinimos a esta vida para sufrir y cosas por el estilo. Demasiada culpa para mi gusto…
Sí creo en el valor de la experiencia y aquí es donde la cosa adquiere matices. El hecho de haber vivido distintas situaciones nos hará más elásticos, creativos y, por qué no, más evolucionados. Claro que hay una condición para esto: debemos estar dispuestos a aprender de lo que nos pasa, porque si repetimos la misma receta durante mucho tiempo, la posibilidad de ser mejores se desvanecerá.
Entonces, y volviendo al título, entiendo que una de las peores cosas que pueden sucederles a los líderes es el éxito sostenido durante largos años.
Sabemos que estamos en Argentina y eso es difícil (también el mundo es volátil, debo decir) pero existen determinadas circunstancias que permiten un escenario de estabilidad cuasi narcótica y, por ende, pasible de ser capitalizada y potenciada por los talentos capaces de verla. Uno de los ejemplos más claros es la falta de competencia seria en un rubro o actividad. Conozco muchos empresarios que, detectando una necesidad en un momento preciso, supieron estar ahí, prestando el servicio o proveyendo el producto exacto para satisfacerla y así llevar a sus organizaciones a volúmenes impredecibles.
El problema está en que mientras dure esa condición favorable, si el líder no asume que su tranquilidad de hoy puede ser un obstáculo para el cambio y la mejora, los resultados pueden ser catastróficos. Que lo diga sino la gente de Kodak, con la desaparecida Linda Eastman a la cabeza (ex de Macca y vocalista, a la sazón de Wings) que, hasta el día de la fecha, blasfema contra las cámaras de fotos de los celulares, adjudicándoles el tiro de gracia a su compañía…
Insisto: No se trata de hacer una apología del fracaso o gozar cuando las cosas vayan mal. Se trata de estar alertas y ágiles aún cuando todo va bien. Recordemos que la clave del aprendizaje es detectar nuestras debilidades, admitirlas sin ponernos colorados y poner manos a la obra para resolverlas.
Tan negativo para un deportista es subir de peso y comenzar a indisciplinarse ante los primeros éxitos como para el líder que, amparado en los buenos resultados, se niega sistemáticamente a recibir ayuda o a minimizar sus carencias.
Hasta el hábito de delegar puede resentirse en estas condiciones exitosas ya que “el número uno” es el que más sabe (de todo) y, por ende, sería una pérdida de tiempo. Pensemos una empresa en la que no hay delegación, dónde queda el desarrollo de los colaboradores. ¿Podrían éstos mejorar sus talentos cuando no resulta viable la aplicación de los mismos en su cotidianeidad? En otros términos, para qué enviar a un súper curso de Big Data a mi personal de riesgo crediticio si en definitiva es el dueño el que sigue autorizando la apertura de nuevas cuentas “según su olfato”.
Un porrazo de tanto en tanto es útil y nos sirve para darnos cuenta de algo crucial: somos vulnerables. Llegar a este insight nos hará más humanos, más empáticos. Nos permitirá conectar con los demás con mayor profundidad. Nos ayudará a estar más activos en nuestra formación profesional. Elegiremos mejor a los colaboradores, sintonizando las necesidades de nuestra organización con sus talentos. Estaremos por encima de la ola, surfeándola y no ahogados, bajo su manto espumoso y salado.
Miremos lo que hacen todos los días esas grandes compañías que, lejos de dormirse en los laureles, nos presentan cada año nuevos y mejores productos. Veamos oportunidades siempre y no cerremos los oídos a propuestas nuevas con la excusa de “equipo que gana no se toca”.
Mejoremos, mejoremos, mejoremos.
Gustavo.
Que bien desarrollado el tema tan actual..te felicito y deseo que tengas éxito en tu carrera. Abrazo
Muchas gracias Eduardo!