Por Juan Martín Vila
Hace más de 25 años (tiempo después de la salida al mercado de los MOVICOM “valija” llegaron los portátiles “ladrillo”), un conocido le regaló ese teléfono a su abuela para poder saber dónde estaba todo el tiempo. Su tranquilidad era el control. Su abuela, con doble incomodidad, por el peso y la vigilancia, dejaba religiosamente el teléfono apagado en la mesa de su casa cada vez que salía. Esta anécdota, aunque aparentemente trivial, es un claro ejemplo del fracaso de la transformación digital. De nada sirve, ni servirá la tecnología si no viene primero con una reflexión personal de su utilidad y si no es adoptada por otros.
Muchos gobiernos y empresas hablaron hasta enero de 2020 de la importancia de la transformación digital, pero pocos la habían transitado. La realidad los sorprendió y tuvieron que adaptarse rápidamente en todo el mundo, desde empresas enteras trabajando de modo remoto hasta Congresos con sesiones, comisiones y la organización interna virtuales.
La transformación digital es un hecho. Los gobiernos podrán seguir dejando los teléfonos “ladrillo” en la mesa de la casa, si creen que es para controlarlos o limitarlos. Pero, no van a poder esquivar que viene a facilitar la prestación de mejores servicios y a aumentar, sin lugar a duda, la transparencia. Y, por sobre todo, el paso del “ciudadano cadete” del Estado al “ciudadano consumidor o cliente” es irreversible.
En el índice de Gobierno Digital de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) la Argentina, a pesar de no ser parte, está incluido en el mismo, está en el puesto 31 sobre 33. Para mejorar tenemos varios modelos a seguir, como el de Corea del Sur, el Reino Unido o para citar grandes líderes de la región Colombia y Uruguay. En Colombia crearon MiLab un espacio de aceleración y colaboración con las GovTechs locales, a fin de poder encontrar soluciones a los problemas definidos en conjunto con la ciudadanía. No es casual que Colombia esté tercera en el ranking antes mencionado de la OCDE. En España existe el GovTechLab, una iniciativa del IE Bussines School, una de las universidades más prestigiosas de Europa, que trabaja en conjunto con la Comunidad de Madrid y los Ayuntamientos en encontrar soluciones. La OCDE mide seis dimensiones específicas para evaluar la transformación digital de cada país, donde lo principal pasa por usar datos, diseñar las políticas públicas centradas en el ciudadano y pensar los servicios con base digital por defecto entre otros. Estas premisas son las mismas que usan las grandes empresas que se han transformado digitalmente y hoy son líderes mundialmente en el mercado, es la tan famosa Revolución Industrial 4.0.
Está claro que los ciudadanos quieren mejores servicios digitales, y que el sector privado ya lo viene dando hace tiempo, y son muchos los países que superan a Argentina en esta temática, entonces ¿cuál es el problema para avanzar en una transformación digital del Estado? El Estado por su naturaleza y dimensión es una entidad lenta en sus cambios y con un anclaje muy grande en la burocracia pre-existente. Es ahí donde el sector privado puede entrar y facilitar este cambio que el Estado necesita y que en muchos países vienen funcionando muy bien.
Las empresas y start–ups que brindan soluciones a los gobiernos para agilizar su burocracia y sus servicios son conocidas como GovTechs. Argentina tiene un enorme potencial de desarrollo de GovTechs. Es muy importante saber qué rol toma el estado con ellas y como las impulsa para potenciar las mejoras. Hay GovTechs que están brindando software como servicio en temáticas como turnos, gestión documental, seguridad o reclamos ciudadanos entre otros.
Es fundamental entender que para avanzar en la transformación digital del Estado tenemos que fomentar y potenciar el sector GovTech. La agilidad y transformación que los Gobiernos buscan está disponible. Solo hay que abrir el juego y permitirse encontrar las soluciones en conjunto.