lunes 30 diciembre 2024
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    Tejiendo puentes hacia un futuro más presente

    Hay conceptos que se nos presentan con cierta ilusión de transparencia, que nos sugieren “ser lo que son” y no tener tanta vuelta. Eso pareciera suceder con la idea de “empleabilidad” y es justamente con este tipo de significantes donde el juego de la duda cobra más sentido. Dudar, como dice Vir Cano (*), como quien sabe que no hay certezas ni verdades últimas, como quien gusta más de las preguntas incómodas que de las respuestas definitivas. Dudar como un modo de cuestionar lo ya pensado, lo ya sentido, lo ya aprendido, lo ya hecho cuerpo. Un ejercicio muy difícil en estos tiempos acelerados y cambiantes, pero sin duda hoy más que nunca, necesario para imaginar nuevos modos de relacionarnos con el trabajo que impliquen un vínculo más saludable y el desarrollo de otras inteligencias más allá de la analítica. 

    Tal vez, una buena forma de explorarlo es comenzar haciéndose preguntas: 

    ¿Qué es empleabilidad y qué no? ¿De dónde viene este concepto? 

    ¿Somos todos igualmente empleables?  

    ¿Qué queda por afuera?  

    ¿Qué lugar ocupa lo singular en la empleabilidad… y lo colectivo? 

    Según la OIT (Organización Internacional de Trabajo), la empleabilidad es «la aptitud de la persona para encontrar y conservar un trabajo, para progresar y adaptarse al cambio a lo largo de la vida profesional». La escritora argentina Martha Alles agrega que la empleabilidad “implica esfuerzo, compromiso y disponibilidad, siendo esto responsabilidad de cada individuo”. Y cómo no preguntarle al Chat GPT:  “Es la capacidad de una persona de obtener y mantener un empleo. Representa la combinación de habilidades, conocimientos, competencias y características personales que hacen a alguien apto para el mercado laboral”.  

    Tanto la OIT, como Martha Alles y Chat GPT coinciden en 3 grandes aspectos: 

    • Es la responsabilidad individual de… 
    • Adquirir y adaptar (en función de las demandas del mercado) competencias y habilidades para… 
    • No dejar ninguna posibilidad de ser contratado y conservar/mejorar el empleo presente.  

    Pero me pregunto, ¿esto siempre fue así? ¿cuándo y cómo nace esta idea? 

    Con el propósito de seguir aportando luz a este concepto, historizarlo[1] resulta de gran ayuda. La empleabilidad como máxima, adquiere fuerza en la década del 80 por la situación contextual imperante, marcada por 3 premisas básicas: 

    1. Nueva realidad, inestable e insegura, contexto cambiante y riesgoso, que demanda a las empresas adaptarse constantemente y renovar las competencias que se necesitan de sus trabajadores para lograr sobrevivir.  
    1. Desaparición de la idea de “trabajo estable” o “empleo de por vida” propio de un período de auge del pleno empleo posterior a la Segunda Guerra Mundial. 
    1. A raíz de esta desaparición, cambian las calificaciones requeridas, cada vez se necesitará más educación para adquirirlas y en menor tiempo.  

    Estos cambios dan lugar a un nuevo contrato psicológico entre la empresa y el empleado donde los dos se convierten en responsables de mantener la situación de empleo. El trabajador, convertido en empresario de sí mismo, no sólo tendrá la libertad de vender su fuerza de trabajo, sino que su éxito dependerá de su iniciativa individual como responsable de su propia autogestión y autodesarrollo, persiguiendo un objetivo claro: alinear todos sus esfuerzos, habilidades y atenciones entorno a principios de competencia, optimización y maximización. Un imperativo que sin duda nos atraviesa pero que de a ratos puede hacernos sentir asfixiados, en una carrera de hamsters que afecta nuestra propia presencia y nos invita a correr distraídos, como buenos sujetos de rendimiento, hacia algo que siempre está más allá: más formaciones, más logros, más objetivos, más productos, menos kilos, más likes. 

    Me pregunto si cuestionarnos sobre muchas de estas formas dadas que tenemos de habitar nuestros días y organizaciones, puede ayudarnos a recuperar cierta presencia y enriquecer el pensamiento analítico orientado a los datos, con otras maneras de razonar, capaces de encontrar porqués y explicaciones más rigurosas y, a la vez, sensibles de la realidad. Algo así como una invitación a mirar a la empresa con creatividad para ver en sus conflictos (luchas de poder, presión desmedida por el resultado, inquisición del error) otros modos de habitarlas que nos inviten a vivir mejor. Que nos convoquen a crear mundo y no meramente a consumirlo.  

    Tal vez algunas vías posibles para rehabilitar la presencia podemos tomarlas de disciplinas no tan comúnmente asociadas a lo corporativo, como por ejemplo el arte. Y pienso en el arte como lo piensa Rafael Sánchez Mateos Paniagua (**), como un laboratorio de otros modos de atender al mundo, de relacionarnos con él, no como producto, sino como proceso y materia transformable. En este sentido arte es rock, es movimiento, es un deporte, es música, lectura, teatro, cine, pintura y todo aquello que nos conecte con el presente y active nuestra potencia creativa.  

    Por tomar solo algunos de sus aprendizajes que permitan pensar (nos) corporativamente de nuevas maneras, el arte:  

    • Genera conexión emocional: Tiene el poder de evocar emociones y despertar la empatía, ayudándonos a desarrollar una mayor sensibilidad hacia las experiencias y perspectivas de los demás. 
    • Nos propone un saber desde el no saber: No hace falta acercarnos desde la sabiduría y el conocimiento técnico, pero sí desde la atención, disponibilidad y sensibilidad para el encuentro con eso desconocido.  
    • Nos conecta con el presente y con el disfrute: nos invita a sumergirnos en el aquí y ahora, en la experiencia sensorial y emocional del momento. 
    • Abre la posibilidad de reflexión: nos brinda la oportunidad de tomarnos un tiempo para reflexionar y contemplar promoviendo una mayor autoconciencia y conexión con nosotros mismos y los otros. 
    • Nos invita a jugar: propone tomar en serio la imaginación y el experimento y por qué no también la creación de nuevas reglas.  
    • Promueve lo colectivo: Las experiencias artísticas, sobre todo cuando son compartidas, promueven la conexión humana, la creación de vínculos sociales y el sentido de comunidad en un mundo cada vez más virtual y aislado. 
    • Desarrolla nuestra conciencia crítica: El arte puede despertar una reflexión profunda sobre los problemas sociales, políticos y económicos que enfrentamos, algo tan necesario en nuestros días. 
    • Rescata la diversidad y la singularidad: Celebra la diversidad cultural y las múltiples perspectivas. Al resistirse a la homogeneización, nos recuerda la importancia de valorar y respetar las diferencias. 

    ¿Qué pasaría si pudiéramos tomar al menos algunos de estos aprendizajes para repensar nuestros días y de esta manera imaginar nuevas formas, más creativas y orgánicas de entender la empresa?  

    La empresa hoy somos cada uno de nosotros y lejos de tomar esta afirmación como una condena, me gusta pensarla como un afectivo ejercicio de libertad, como una potencia de construir otros modos posibles, de pensarnos como proceso y materia transformable. A la larga o a la corta, ¿de eso se trata, no?  Como dice Vir Cano, vivir como un destino al que estamos arrojados, pero también como una posibilidad, como una práctica, como un arte, como un aprendizaje. Una invitación a tejer un futuro donde estemos más presentes, en el que recuperemos la conexión con nosotros mismos, los demás y el entorno que nos rodea, contrarrestando los efectos negativos de la desconexión en nuestra vida cotidiana.   

    Referencias: 

    (*) Cano, Vir: Borrador para un abecedario del desacato, Madreselvaeditorial, 2021 

    (**) Doctor en Estética, artista, investigador y docente. Actualmente en el Dept. de Escultura y Formación Artística de la Fac. de BBAA de la UCM (Grado de Bellas Artes, Máster Universitario de Investigación en Arte y Creación, y Máster Universitario de Escultura Contemporánea). 

    [1] Para desnaturalizar aquello que entendemos por realidad es necesario historizar, es decir acotar una configuración a un contexto específico para poder dar cuenta de su dinámica de construcción y distanciamiento de interpretarlo como algo dado, natural. 

    Fernandez -Savater, Amador: El eclipse de la atención, Ned Ediciones, 2023

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