viernes 3 mayo 2024
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    Manel Modelo: Justiciero Social.

    Manel Modelo, figura destacada en el panorama del emprendimiento social, ha forjado su camino desde las raíces del rock de los 80’s en España hasta las cimas de la defensa de los pequeños productores de café en América Latina. 

    Desde su adolescencia, este amante del ajedrez, la lectura y el baile inició su silencioso camino emprendedor, devorando la biblioteca familiar y convirtiéndose en un «justiciero social». La semilla de transformar la realidad en busca de caminos más justos y bellos permaneció arraigada en su esencia. Cofundador de una ONG en su ciudad natal, dio inicio a Tothom, una asociación que conecta voluntarios con instituciones. Bajo la premisa de que «todo el mundo» debería dedicar unas horas a la semana para contribuir al bien común, Manel y su equipo han dejado un impacto duradero en el tejido social de su pueblo. Su historia, permeada por el rock y la búsqueda de justicia, es una narrativa que nos complace explorar a fondo en una entrevista exclusiva. 

    Manel, cómo invitado de Rocking Talent de seguro tienes una trayectoria única. ¿Cómo comenzó tu viaje en el emprendimiento social mientras crecías en España?  

    Definitivamente con el rock. En los 80´s o eras tecno o rockero y, definitivamente, yo era de los segundos. Y eso iba de la mano con una actitud inconformista y hasta rebelde en todos los ámbitos de mi vida. Dicho esto, mi viaje como emprendedor inicia a edad muy temprana (15-16 años) y de forma silenciosa con la lectura de toda la biblioteca familiar. Cual Alonso Quijano me convertí en un Quijote página tras página y desarrollé esa particular enfermedad de “justiciero social”. Pasó el tiempo y atemperé mi carácter, sin embargo, la semilla de transformar la realidad dada buscando caminos más justos, más bellos y mejores, se convirtió en actitud ante la vida. De forma que busqué amigos para ese viaje y de una posada a otra, de un entuerto al siguiente, me reconocí en el camino como emprendedor.  

    Cofundaste una ONG en tu ciudad y te involucraste en movimientos sociales. ¿Cómo surgió la idea de conectar voluntarios con instituciones, y qué lograron juntos?  

    Los que iniciamos Tothom teníamos todos algo en común: trabajábamos en el mismo banco y teníamos experiencias previas como voluntarios en diferentes organizaciones cívicas (así les llamaban entonces). Nos dimos cuenta de que los compañeros del banco trabajaban y dedicaban el resto del tiempo a actividades familiares, deportivas y lúdicas y nos preguntamos si no sería posible conectarlos con las necesidades de voluntariado de las organizaciones cívicas que existían en el pueblo que, además, atendían una amplia gama se sectores. Dicho y hecho. El nombre de la asociación está en catalán, Tothom, y significa “Todo el mundo”. Pensábamos que todo el mundo debería tener unas cuantas horas a la semana para regalarlas a la sociedad y contribuir al bien común. Una aportación a la medida del usuario, en tiempo y en intereses, y con la recompensa de la satisfacción de incidir positivamente en la sociedad de muchas formas: acompañando a estudiantes inmigrantes rezagados o con problemas de integración, acompañando en los espacios lúdicos de los geriátricos y del psiquiátrico del pueblo, apoyando a organizaciones sin presupuesto suficiente para las funciones de administración y seguimiento de actividades concretas, contribuyendo con sus capacidades y competencias a fortalecer a organizaciones en áreas como la planeación, la gestión o la innovación… En fin, 25 años después el movimiento asociativo en mi pueblo es ejemplar y no dudo que pusimos nuestro grano de arena para hacerlo posible.  

    Después de tu aventura como voluntario en Guatemala, te convertiste en un defensor temprano del movimiento cooperativo en América Latina. ¿Qué te impulsó a adoptar este enfoque y cuál fue tu papel en la promoción de este modelo con los productores de café?  

    Si busco “el dato” en Internet, mi argumento es claro: En las zonas rurales de América Latina y el Caribe (ALC) viven más de 123 millones de personas, de las cuales 50 millones trabajan, con lo cual, el empleo rural sostiene a una de cada cinco personas que trabajan en la región. Las tasas de pobreza (45,7%) y pobreza extrema (21,7%) en las zonas rurales son dos y tres veces mayores que en las zonas urbanas (CEPAL, 2019). Claro, cuando yo llegué a Brasil primero y luego a Guatemala, yo no sabía nada de todo esto. Yo tomé conciencia de una realidad muy extrema en esos viajes y me cuestioné mucho mi cómoda y previsible vida de trabajador en un banco. La primera decisión fue “hacer algo al respecto” y, a partir de ahí, y sin tener idea de las estadísticas y sin saber por dónde empezar, empecé a buscar espacios más allá el ámbito local.  

    ¿Por qué decidiste hacerlo en el extranjero? 

    De hecho, mi padre siempre me decía, “¿para qué irse tan lejos con todas las necesidades que tenemos aquí?”. La clave de mi conversión estuvo en el concepto del comercio justo. Fundado por el misionero Fran van der Hoff desde Oaxaca, México, proponía que los pequeños productores debían de recibir, no caridad, sino un precio justo por su trabajo que garantizase un ingreso digno para cubrir sus necesidades básicas y también para poder organizarse mejor. De repente, una alianza entre productores y consumidores responsables podía hacer la diferencia. Los que veníamos criticando los modelos caritativos y de la cooperación al desarrollo; totalmente asistencialistas, vimos una oportunidad real de empoderar a los más desfavorecidos desde nuevas relaciones comerciales basadas en la solidaridad y la justicia social y económica. Mi conversión fue total e inmediata.  

    ¿En qué momento decides adentrarte en la experiencia con los pequeños productores de café? 

    Dos años después de estar evangelizando a la sociedad catalana, sobre la “buena nueva”, en las iglesias, escuelas, ayuntamientos, organizaciones civiles, en fiestas populares, en empresas privadas, decidí que era el momento de conocer a los productores de café de comercio justo en persona. En 1998 vine como voluntario, por dos años, a una cooperativa en Chiapas llamada Unión de Ejidos de La Selva y ya no regresé. El 95% de la producción del café mundial está en manos de pequeños productores (con menos de 5 hectáreas de superficie) y la mejor opción para enfrentarse a una cadena de valor tan compleja y competitiva es organizándose. Desde que empecé hasta hoy podemos constatar grandes logros en el sector de los pequeños productores organizados; sin embargo, como en muchos otros ámbitos, pareciera que las tendencias globales van en la dirección contraria, la pérdida de derechos, la precarización. En otras palabras, en la concentración de la riqueza en pocas corporaciones, en el aumento de la desigualdad social y en el daño irreversible al medioambiente. Por lo tanto, antes que tirar la toalla, hemos optado por innovar, por renovar conceptos y estrategias, por buscar opciones prácticas y realistas que puedan ser útiles a los productores y organizaciones que participan en la economía social y solidaria.   

    La plaga que afectó el 70% de los cultivos de café en México en 2012 fue un punto de inflexión. Cuéntanos sobre tu frustración con las respuestas convencionales y cómo nació la idea de impacto café. 

    Fue una experiencia de tristeza y desesperación tremenda. Los productores, de una cosecha para la otra, se quedaron sin plantas, sin medios de subsistencia económica. Caminando por el andador guadalupano de San Cristóbal de Las Casas, me encontré con un colega y en esa conversación atravesada por la gravedad y la intensidad de la crisis, concluimos “tenemos que hacer algo al respecto”. Ahí nació impacto café. Pensábamos que la respuesta a la crisis, como habíamos visto en los países adonde llegó la plaga un poco antes, iba a ser una campaña de renovación de cafetales a través de créditos a los productores. Eso, además de inversiones desde el sector público y privado, requería de un acompañamiento técnico para implementar un buen acompañamiento tecnológico que permitiera recuperar la producción y calidad perdidas. Pero nos equivocamos. La dinámica asistencialista de los programas de desarrollo gubernamentales, así como las grandes empresas transnacionales, tenían otra forma de atender la crisis: subsidios y reparto de plantas como medios para fidelizarlos y hacerlos dependientes de sus cadenas de suministro. De tal forma que, en nuestra opinión, se perdió la oportunidad de renovar y modernizar el sector, fortaleciendo los procesos de muchas cooperativas de pequeños productores, para repetir esquemas de cooptación y dependencia, ya fuera en búsqueda de votos o de una cadena de suministro.  

    ¿Cuáles consideras que son las necesidades básicas de los pequeños productores? 

    Las necesidades básicas de cualquier pequeño productor siguen ahí: 1) acceso a financiamiento para poder invertir en sus parcelas y así mejorar la productividad; ) canales comerciales directos que esquiven a esos intermediarios – pequeños y grandes coyotes – que se llevan sus ganancias y 3) acceso a conocimiento, a capacitaciones y asistencia técnica, que les permitan mejorar los procesos de producción (sustentable), comercialización y financiamiento, así como los de empoderamiento y auto-gestión. Impacto café nació con esa idea y hoy se ha convertido en el modelo Sinapsis desde donde coordinamos y sincronizamos esos tres servicios en un entorno de desarrollo abierto para cualquier productor y cooperativa.  

    ¿Qué significa para ti ser Agente de cambio?  

    Mi impulso hacia el cambio y la acción surge de mi naturaleza innata y mi respuesta a la injusticia, desde pequeñas discrepancias hasta la crisis climática. Desde joven, me veo como un agente de cambio, adoptando una visión sistémica para asegurar cambios sostenibles. Reconociendo mi papel en un tejido colectivo, entiendo que mi legado será una pieza más de un mosaico compartido. 

    ¿Quién es Manel?

    Nombre: Manel Modelo. 

    Empresa u organización: Modelo Sinapsis (impacto café). 

    Apodo: Manelikis (apodo cariñoso de mi pareja). 

    Profesión: Emprendedor. 

    Cargo: Fundador. 

    Nacionalidad: española y mexicana. 

    Edad: 54. 

    Hijas: 2, Lola (18) y Camelia (9). 

    Mascotas: Gati (gata) y Pelusa (perra). 

    Comida preferida: Paella. 

    Deporte favorito: Caminata. 

    Hobbies: Ajedrez, lectura y baile. 

    Prenda de ropa preferida: Playeras y chanclas. 

    Una palabra para definirte: Complejo. 

    Cantante o banda de música: Joaquín Sabina. 

    ¿A quién admiras?: A quienes se sacrifican por algo más grande que ellos: Chico Méndez, Julián Assange, Snowden, Nalvani. 

    ¿Qué significa para ti ser Ashoka Fellow?: Es un reconocimiento importante que agradezco profundamente. Para mí significa romper un cierto aislamiento intelectual y emocional para conectarme con personas con las que comparto visiones e intereses. Ese reconocimiento es un abrazo muy cariñoso y una invitación para caminar juntos, en compañía de personas capaces y muy comprometidas con cambios reales. Es también una oportunidad para visibilizar nuestro modelo de trabajo a través de esa conexión lo cual nos permitirá aprender, mejorar y tener un impacto más significativo.  

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